Caminando entre las almas by Carlos Marín

Caminando entre las almas by Carlos Marín

autor:Carlos Marín
La lengua: spa
Format: epub
editor: Liam Ayers
publicado: 2022-12-25T00:00:00+00:00


XII.

El lugar es oscuro y húmedo, ruidos y silencios se alternan en el tiempo. El pasadizo por el que reptan el agente Romeo y el doctor Ravanelli refleja el estado de las cloacas de la ciudad.

Moribundos, sucios y muertos de hambre se dirigen hacia un parque que se esconde tras los muros del convento de los Celestinos de París.

Emiliano va arrastrando la pierna, la caída desde el pozo fue tremenda. La misteriosa huida les dejó días vagando por pequeños pasadizos conectados entre sí, siempre llenos de destellos y sombras a su acecho.

El líquido amargo y amarillento que brotaba en él les hizo sobrevivir. El hilo que manaba era diminuto pero el tremendo olor se podía oler a metros y metros de distancia. En un primer momento les hizo tener alucinaciones, visiones pasajeras que les transportó a su niñez.

Ya tranquilos en el parque, un trozo de pan echado a las palomas les supo a gloria.

La complicidad ganada durante esos días hizo que Emiliano le contara cosas que nadie más sabía. O eso creía él.

—Desde mi niñez... —empezó relatando— llevo una carga sobre mis hombros que dura ya muchos años. Yo era solo un crío, y ahora ya soy un viejo con un pie en la tumba. Mi madre fue una reconocida comadrona en la región de la toscana; se llamaba Isabella, aunque todo el mundo la conocía por Bella. Asistió a multitud de partos, unos fueron mejor que otros, pero ella siempre volvía contenta a casa, satisfecha de llenar de vida la ciudad. Cuando yo tenía ocho años creo recordar, más o menos, mi padre, Enrico, desapareció. Mi madre nunca más supo de él, aunque yo sí: hará ya casi unos quince años lo vi en la habitación del hospital justo a tu lado, pegado a la cama de Gabriella y mirando fijamente al pequeño Marco, quien descansaba en los brazos de Alessandra. Y no estaba solo, Lorenzo estaba forcejeando con él. Aquel niño que murió en mis brazos estaba intentado defenderme.

» Sí, señor agente, no me mire así. Alguna vez consigo ver almas vagando en la noche, y aquel día estaba usted también.

» Como le estaba contando, a los ocho años tuve que empezar a acompañar a mi madre en sus partos; era muy rebelde y no se fiaba de dejarme en casa de ningún vecino. Todo fue relativamente bien hasta que cierto día un parto se complicó; la hemorragia no paraba, la sangre hizo de la habitación un lugar similar a una matanza, el bebé no respiraba. Mi madre me sacó de la habitación, encerrándome en un inmenso cuarto de baño. Varios y angustiosos minutos pasaron sin respuesta. De repente, un estruendo me hizo dar un brinco; destellos de luz se colaban por debajo de la puerta, eran como los primeros rayos de la mañana, anaranjados, intensos. Entonces, se hizo la oscuridad y tras unos segundos, un llanto rompió el silencio y la calma se volvió a adueñar del lugar. Durante varios años asistí a acontecimientos similares, aunque como aquel día, ninguno.



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